miércoles, diciembre 04, 2013

Por qué a veces odio a Quito


Sentir que uno ama a su ciudad debe ser la sensación más corriente del mundo, por lo menos en Occidente; no sé como vaya la cosa en sitios tan remotos pero globalizados también como Tokyo, Pekín o Dubai. Tan corriente tal vez como sentir que su país lo tiene todo o tan cursi como asegurar que su himno nacional es el segundo mejor del mundo, siempre detrás de la cursi entonación de La Marsellesa, a la que quizás la sociedad contemporánea recuerde más por ser el intro del tema "All you need is love" de Los Beatles. 
En cierta ocasión escuché decir a un amigo vegetariano y rasta que solía fumar yerba "el nacionalismo vale verga, sin embargo la ciudad es otra cosa, es tu casa, tu barrio, tus panas, cosas que realmente sientes cerca y de las que te sientes parte". Admito que hasta ese día, siempre sentí una cierta envidia de los otros países que mostraban orgullosos sus banderas, incluso en la chaqueta, incluso en otros países distintos como mercancías. Habían conquistado y doblegado al mundo. Siempre me pregunté también por qué en Ecuador no teníamos fiestas patrias como en Chile o Perú, y por qué sí tres feriados nacionales por fiestas de Guayaquil, Cuenca y Quito. ¿será acaso que en el fondo éramos tres países, y recién gracias a la cursi y costosa propaganda del gobierno actual es que estamos tomando conciencia? respetando la distancia, me remitiré a esta última, a Quito, la ciudad que cada diciembre se empeña en reconocerse como mestiza pasando en horas de la mañana por reconocerse autóctona e indígena y por la noche como una ciudad española que baila al son del caribe, que adoptó de remotas tierras tropicales ese divertido medio de transporte llamado chiva al que de romántico convirtió frívolo, mientras llaman en los medios a la restricción, privatizan taimadamante el espacio público para pasarte la cuenta en enero y te venden la necesidad de volverte una metrópoli, mientras todo el sistema se esfuerza en mantenerla como ese botín y presidio dialéctico del que entras y sales hasta quizá, alguna vez, morir.
Y retomando las palabras de mi amigo fumón, a veces odio a Quito como a veces odio a mi familia, mis amigos y mis vecinos, porque las ciudades, más que conventos son el grito de seres humanos que cada día pelean consigo mismos para mantener esa cordura llamada "urbanidad".

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