Ayer, mientras hurgaba por redes sociales como casi todo el mundo en esta Sociedad de la Información global, por casualidad me encontré con una noticia donde el rey de España expresaba su malestar ante la intención del presidente de EEUU, Donald Trump, de restringir o eliminar la enseñanza del español como segunda lengua en los colegios gringos. En un castellano de acento obviamente español, el anacrónico monarca señaló que dentro de unos años, nuestro idioma llegará a los cien millones de hablantes en el país norteamericano, convirtiéndose en el segundo estado con más hispanohablantes en el mundo y que la evolución del idioma, inevitablemente, se dará en América.
Hasta aquí, nada extraño al parecer. Sin embargo, en las mismas redes sociales, horas más tarde me enteré que uno de los youtubers que más sigo, y no por él sino porque emite a pantalla compartida episodios de Padre de Familia, a quien creía mexicano, resultó ser peruano. Recordé también que hace semanas, antes de nuestro programa de radio, mi compañero me contó que las alumnas de su novia que es docente hablan todas como mexicanas, y que eso les parece de lo más normal.
Aunque parezca que no, el fenómeno no es nuevo. Elisabeth Noelle-Neumann en su Espiral del Silencio ya nos explicó (aunque desde una perspectiva electoral) el porqué de este fenómeno: el ser humano le teme al aislamiento, y por ende a la soledad. Es más fácil subirse a la camioneta de los ganadores que decidir caminar a pie por la cuesta de la vida. Es más divertido juntarse al grupo de payasos que se ríen de todo que ser el objeto de burla y es más fácil seguir la moda que ser solo un estorbo.
Pero, ¿qué tiene de malo? El lenguaje es un hecho social y por ende sujeto de evolución también. De no ser así, la rica diversidad lingüística e intercultural que existe en el planeta no existiría. El latín no se habría convertido en español, portugués o francés en Europa ni las lenguas germánicas nos habrían dado el sueco, el alemán o el inglés, tan necesario en la actualidad y tan intruso en todas nuestras lenguas debido a los tecnicismos y a la moda, mejor dicho, a la hegemonía cultural, misma que se repite, aunque de segunda mano, con el "español estándar".
Resulta que, desde hace décadas, se ha vuelto una tendencia al parecer ya irreversible que el supuesto español neutro o estándar encabezado por el doblaje mexicano, incluya cada vez con más frecuencia modismos mexicanos, mismos que por la fuerza de la exposición y la repetición han penetrado tan profundo en el español de Latinoamérica, que palabras como 'chamba' ya empiezan a reemplazar a nuestro 'camello' , 'pedo' a 'pluto' , 'hacer el oso' a 'hacer la foca' o 'ruco' ya no significa dormido, sino 'viejo'.
Dicen los lingüistas que una de las causas de la creación de los idiomas son precisamente los modismos, sean por dialecto o cronolecto, variables que suelen producirse en diversos contextos. En nuestro caso, han sido la tele y ahora el streaming los principales canales de esta nueva tendencia. Y bueno, la evolución es inevitable, de seguro los boomers ecuatorianos usaban modismos distintos los de la generación X y milennials, que quizás ahora vemos con recelo como los centennials con sus modismos copiados de La Rosa de Guadalupe ahora se imponen. Sin embargo, ¿qué sucede cuando la jerga no es adoptada, sino impuesta, y no solo sobre el habla sino sobre la escritura?
En 1984 (escrito en 1948), George Orwell ya vaticinó algo parecido, cuando la burocracia ficticia de la obra imponía por obligación un vocabulario. De vuelta en el mundo real y en la actualidad, bajo la excusa de la 'desmonetización', muchos canales y cuentas de medios digitales informativos hoy censuran palabras como delito, muerte, crimen, violencia, odio (que ahora debe escribirse 0d10) y sucidio, al que de manera paulatina han ido reemplazando por 'desvivición'. Me imagino que los bienintencionados administradores o dueños de estas redes, como antaño hacían los canales de televisión y radios cuando colocaban un 'pi' sobre palabras como verga, prostituta o mierda durante el horario familiar, estarán seguros de que omitir palabras como violencia, odio, muerte, crimen y suicidio harán que los males de la violencia, el odio, la muerte, el crimen y el suicidio desaparezcan por arte de magia del mundo.
A este paso tendremos que volver a dar la razón a nuestros boomers abuelos que preferían decirle 'pollito' al pene.
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