Muchas cosas se han dicho aquí y allá del denominado "30-S": que si los policías exigieron sus derechos, que si se rebasó el vaso de la insatisfacción con el gobierno de Correa y sus contínuos vetos, que si el Lucio estaba detrás, que si fue un autosecuestro...
En fin. Lo sucedido el jueves tiene algo en común: es un reflejo de inestabilidad. En un gobierno democrático, donde el poder aparentemente está en las urnas para las decisiones trascendentes están en manos de unos pocos, el concepto "democracia" parece no tener mucho sentido. Y mucho más en un país tan heterogéneo como Ecuador, muy rico en diversidad pero también muy complicado por esta razón. ¿Para quién gobernar? ¿Compartiremos los serranos, monos, longos, cholos, montubios, colombiches, pelucones, colonos e indígenas los mismos intereses?
En medio del disturbio, hay sin embargo un tema que parece importar más: la supervivencia. Ante los saqueos ocurridos en Guayaquil, nos preguntamos ¿es la pobreza lo que nos hace tocar fondo? pero luego de pensarlo un poco, llegamos a la conclusión de que "hay que ser de más hijueputas para sacarse un plasma, en un lugar donde ni siquiera hay luz eléctrica".
¿Qué queremos decir con esto? pues, que nos hacen falta muchas cosas, pero sobre todo, que nos hace falta educación. No quisieramos imaginar que ocurriría en caso de un terremoto o de un apocalípsis. Pero todavía no llegamos al punto central. Nuestro problema de ingobernabilidad no tiene que ver solamente con la figura mesiánica de un presidente al que muchos critican pero en el fondo admiran: nuestro paternalismo, incitado desde la Iglesia Católica, seguirá causando que las personas echen la culpa de todos los males a la misma persona, que los policías, educadores o estudiantes se paralicen por la influencia de otro encamoso, y que la denominada "verdad absoluta" de las cosas siga siendo determinado por la decisión de algún otro influyente. En fin. Nos hace mucha falta ser más autocríticos.
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