domingo, abril 03, 2016
El Estadio
Debo admitir que toda la vida, el único estadio donde he visto fútbol profesional ha sido el Olímpico Atahualpa, salvo una excepción, creo que en 2003, cuando un pana liguista me llevó a ver un LDU-AKD, junto a la barra de la Muerte Blanca en el estadio de Ponciano. Por mucho tiempo dejé de asistir a aquel escenario deportivo: falta de interés, falta de plata, comodidad de mirar el fútbol en la tele o escucharlo en la radio.
Cuando pequeño, mi padrastro el Baio solía llevarnos a mirar a El Nacional, Liga, Deportivo Quito, Aucas e incluso Universidad Católica: los dobletes eran comúnes, alguna vez incluso creo que vimos una tripleta. Un ex-tío, llamado Gabicho, solía llevarnos a mirar al Quito, cuadro que me llamó mucho la atención por la figura de aquel entonces, Alex Aguinaga, y por los pinchos que el tío (o no sé si mi padrastro) solía convidarnos. Mi hermano, quién por un tiempo vivió en Guaranda con la abuela, y que luego pasó unas vacaciones en el V Guayas con mi tío Hernán, un antiguo oficial del ejército que ya descansa en paz, llegó con la novedad de BSC, contagiándome de su entusiasmo, mismo que compartimos por mucho tiempo. En 1991 asistimos a un juego entre Católica y Barcelona, creo que de esos que se disputaban entre semana. Al terminar el partido le dimos la mano a Carlos Luis Morales, el ídolo deportivo de la época. Otro encuentro que recuerdo mucho fue un Aucas-Barcelona, en 1990, en donde por primera vez miramos a los canarios con su uniforme alterno blanco: llegamos al estadio cuando los orientales ganaban 1 a 0; Barcelona había empatado y luego puesto al frente. Sin embargo, también vimos el empate del Aucas y la remontada. Ese día quizás aprendí por primera vez que nada estaba dicho hasta el final. Otro partido memorable es un Quito-Nacho, en donde ocurrió que el Quito hizo un tanto fantasma, una tremenda ilusión óptica en donde todos creímos que fue un gol, que finalmente no fue acreditado. El partido se había suspendido hasta el día siguiente, pues aparentemente hubo un problema serio con las luminarias.
El primer juego de Serie B fue uno cuyo rival local no recuerdo, pero sí al visitante: Liga de Loja. Ese día llovía a cántaros, y luego de volver de pasear en La Carolina, nos metimos a escampar al Atahualpa, donde de paso, por primera vez ingresé a la tribuna, gracias a que la policía permitió entrar gratis a las personas, debido a la baja asistencia. Quizás el local fue Éspoli; en fin. El único partido de Copa Libertadores que he visto allí fue un Liga-Barcelona en 1991: ese día mi hermano menor, Israel, se perdió en el estadio por un rato. Cuando volvió, trajo consigo una bandera de LDU. Lejos de nuestras predicciones, mi ñaño nunca se aficionó a ningún club. También asistí a un juego de Copa Conmebol entre El Nacional y Atlético Mineiro de Brasil, único club extranjero que he visto hasta ahora en vivo. No he asistido tampoco a un juego de eliminatorias. El único partido internacional de selecciones que he visto en el coloso de El Batán fue el de Ecuador versus Venezuela, en la inauguración de la Copa América de 1993, y en donde la Tri goleó 6-1 (el último gol no lo vimos, pues salimos antes de hora para encontrar taxi o bus sin dificultad).
Ya más grande, mi hermano mayor me ha invitado en varias ocasiones a mirar al Barcelona jugando de visitante. Una vez hasta fuimos a la noche amarilla en Quito, en donde enfrentó a la AKD. Debo admitir que hasta entonces siempre fui al Atahualpa de colado. Realmente, la primera vez que fui al estadio pagando una entrada por mi cuenta, fue en la final del Campeonato de 2009, entre Deportivo Quito y Deportivo Cuenca. Al Estadio del Aucas fui en dos ocasiones, a mirar los shows de Nightwish en 2004 y Iron Maiden en 2009.
Cuando pequeño era muy común escuchar sonar unas bocinas grandes, que parecían cornetas de plástico; un chileno exiliado, que era el papá de uno de los compañeros de mi hermano, solía venderlos. Ya no suenan esas bocinas. La gente tampoco se sienta mezclada: ahora los barristas se distribuyen áreas específicas del estadio, entonando cánticos adaptados de barras argentinas. Recuerdo a la barra de los Cocodrilos de Liga, a la culta barra del Quito, a la de El Nacional; ahora son la Muerte, la Mafia, la Marea... las empanadas de morocho y la biela quizás es lo que se ha mantenido más intacto. Jamás soñé con ser un gran jugador de fútbol, pero si con pisar esa cancha, que desde los graderíos, parecía una intacta alfombra verde. En 2005 pisé por fin ese pasto, tras participar en la carrera Quito-Últimas Noticias.
Me encantaría mirar más partidos en otros estadios, y también juegos de otros deportes. La vida es un gran juego.
Niko
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