En efecto, -cómo me dijo mi novia-, el primer detalle que resalta, y de una manera tan bonita, es la familiaridad que uno siente al leer sus cuentos. Nada que ver con esa pretenciosidad de otros autores, que en lugar de meterte en sus historias parecen repelerte, como queriendo ponerse en un púlpito elevado para más que compartir una narración, inspirar superioridad. Aunque a ratos se come las tildes, las historias de Lucrecia son tan versátiles y a la vez sencillas, que terminas incluso por omitir esos detalles.
La melancolía parece ser el eje central de este libro, que supera -de nuevo- ese seudonihilismo existencialista que muchos de nuestros escritores ecuatorianos padecen. Historias tan sencillas y humanas como "Acuérdate de agosto" o "Dejémoslo ahí", en donde el amor es como un río apacible; "Juego de Damas", donde la vida y la muerte se sientan a conversar; "Cabinas para llorar", donde la risa y el llanto conviven en un mismo edificio. Historias que parecería las estás escuchando de la autora, en un bar de la zona con una biela helada o en una cafetería.
Detalles que también construyen historias, como una serie de televisión en "Todos amamos a Lucy" o "La lista de Schindler", que nos invitan a recordar de nuevo que a las historias de los libros o películas las rodean otras historias, las de quienes tomamos esos libros o películas, ya sea por necesidad, casualidad o proximidad.
Un libro recomendado y de lectura ágil, que pese a mis dificultades de concentración y atención no me costó demasiado terminar.
Cabinas para llorar
Lucrecia Maldonado
Corporación Eugenio Espejo
2013
9/10
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