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viernes, mayo 17, 2024

La mula ciega (1970)


En Ecuador se dice mucho que Manabí es un país dentro de otro y que es muy costumbre local el enamorarse e incluso aparearse con animales, creencia que al parecer existe en alguna zona rural de cualquier país de América Latina o incluso del mundo. Esta parece ser la primera idea que salta a la vista en esta novela, La mula ciega, publicada originalmente en 1970 por Oswaldo Castro, manabita que ejerció como funcionario diplomático y cuya actividad literaria es bastante desconocida en nuestro país.

Con elementos que nos recuerdan la descripción del paisaje natural de nuestro realismo social de los años 30 y 40 y alguna evocación del realismo mágico macondiano de los 60, la novela ofrece un panorama muy interesante del mundo rural y sus habitantes, donde se intenta describir a cada uno de ellos y al rol que ejercen en la comunidad, al puro estilo de El Éxodo de Yangana de Ángel F. Rojas o Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. La historia sin embargo de a poco va centrándose en sus dos protagonistas, Arturo y Panchita, adolescentes que nos recuerdan de lejos a los universales Romeo y Julieta, en una historia de amor que parece perderse entre Verona y Chone, entre el Renacimiento europeo y el litoral sudamericano.

Un buen intento muy acorde a la etapa posterior del boom latinoamericano al que quizás solo le faltó un desarrollo un poco mayor de ciertos personajes como Manuel María, el padre de Arturo, o el cura párroco del pueblo, al que se le dedica incluso un capítulo entero lleno de reminiscencias o la misma mula ciega, que en algún momento se convierte en un símbolo de la colectividad. De todas maneras es un libro que llega a ser ameno, con mucho ambiente que a veces se lleva el protagonismo por encima de cualquier historia individual, que nos describe un retrato muy poético de ese país de nuestro interior que algún día fue y quizás ya no lo sea más.

La mula ciega
Oswaldo Castro
1970 (primera edición)
8/10


martes, mayo 14, 2024

Un delfín y la luna (1985)


No me pregunten cómo llegué a este ejemplar (edición Libresa de 1990). Fue una mañana o tarde de los 90 en que estaba rebuscando alguna cosa en el cuarto de mi ñaño (me avergüenza admitirlo pero no quiero mentir). Al igual que yo, mi hermano solía ocultar dinero entre los libros, y con la esperanza de hallar algún billete de quinientos o mil sucres, desilusionado por no hallar plata, me lo encontré. Lo primero que llamó mi atención fue el dibujo de Nelson Jácome en la portada, el mismo dibujante que solía ilustrar los textos escolares de primaria y que publicó incluso en la efímera revista XOX. 

Nunca le pregunté a mi ñaño si le obligaron a leer Un delfín y la luna en el colegio (obvio, no le iba a decir que intenté robarle plata). Tenía bastantes páginas subrayadas; no fue hasta años después, en la universidad, que un profesor me aclaró que más que un sacrilegio, subrayar palabras era necesario. Hasta ahora tengo cierto hábito quizás indigno para quienes se consideran lectores de verdad: busco el cuento más corto del libro, o a veces empiezo por el último. Fue así que empecé con “La partida”, relato que no pude comprender a la primera, siguiendo luego con “Domingo” y “La vuelta”, para finalmente llegar al relato que da nombre a esta antología publicada originalmente en 1985 por Marco Antonio Rodríguez: “Un delfín y la luna”.

Varios años después, un profe de la universidad nos ordenó leer este libro, luego de exigirnos pasar por las páginas de Franz Kafka, Carlos Fuentes, Rosa Montero y Anthony Burgess. Desde luego, lo más atractivo de esta colección de cuentos es la descripción del sufrimiento y la frustración, tanto entre los pobres como entre quienes afirman que “el pobre es pobre porque quiere”. La evocación de mundos que ya no están (“Los desolvidos”), de la búsqueda de identidad (“Quieto Danny”), o de lo que no podemos tener (”Detrás de las burbujas”) nos muestra un retrato humano hecho con palabras -a veces toscas, a veces elegantes-, que terminan por recordarnos que al final solo somos personas que, cansados de no encontrar plata, quizás nos echamos a mirar a la luna.

Un delfín y la luna
Marco Antonio Rodríguez
Editorial Planeta
1985
9/10



sábado, marzo 23, 2024

Plata y Bronce (1927)



A medio camino entre el romanticismo del siglo XIX y el realismo social ecuatoriano post Revolución Rusa de inicios del siglo XX, es la primera impresión que da esta novela de corte campestre e indígena del escritor otavaleño Fernando Chaves (1902-1999). 

En esta ocasión, la casualidad hizo llegar hasta mí este libro, luego de que un vecino que arrendaba un cuarto en la casa de mi madre abandonara inesperadamente la habitación, misma que mi madre (quien estimaba mucho a su inquilino por su presteza) dejara intacta por varios meses, hasta que una fuerte lluvia provocara que por el techo de la misma se filtrara y cayera agua, debido a que daba a una tubería ubicada en un patio encima. Tras el evento, que dañó el entablado del piso y echó a perder muchas de las cosas del desaparecido amigo de mi ma, y luego de decidir arrojar muchas de esas cosas a la basura fue que apareció el libro, dentro de una caja de zapatos llena de recortes de periódicos con fotos de modelos y actrices de televisión.

Hasta ahora se considera a Huasipungo como el ícono de la literatura indigenista. Imbuido por ese argumento, inicié la lectura de ese libro de hojas amarillentas editado en 1995 por Libresa (el original es de 1927), que cuál Moisés logró salvarse de las aguas. De entrada, y con un lenguaje que suspira elegantes palabras hoy en desuso, el libro parece anticipar una desgracia: la violencia de género disfrazada de amor rudo, de ese supuesto derecho que, cuál país feudal, se atribuía el terrateniente dueño de parcelas y seres humanos, Raúl de Covadonga. La historia gira sin embargo en un amor nacido del rechazo de la longa Manuela y alimentado por la persistencia, el deseo siempre presente por aquello que jamás podremos obtener, ambientado en la gran hacienda “Rosaleda” de la Imbabura de inicios del siglo XX, esa que no terminó de incorporarse al nuevo paradigma de la revolución liberal, en medio de pueblos que se rehusaban a dejar el medioevo instigados por la iglesia católica, fiel al poder del dinero.

Hugo, el primo citadino del gamonal y Celina, la profesora enviada al servicio docente rural, junto con los indígenas Gregorio,Venancio, Juan, la bruja Encarna, el viperino cura del pueblo de Torrebaja, Sidonio, y el servil y violento Inocencio dan vida a este retrato de mundo feudal provinciano, donde el indígena debe obedecer sin cuestionamientos y en donde solo el deseo de venganza podría hacer posible un plot twist de acontecimientos. Una lectura recomendada para no omitir la historia de nuestro mestizaje como país y sus relaciones desiguales de poder.

Plata y Bronce
Fernando Chaves
1927 (primera edición)
9/10

miércoles, marzo 13, 2024

El sótano (2022)


“Se llamaría La venganza de Venus, pero el jurado sugirió cambiarlo por El sótano”, decía el texto de la revista Rocinante de octubre de 2022, que reseñaba a los ganadores del premio La Linares de la Corporación Cultural Eugenio Espejo. A Juan Carlos Moya, su autor, lo conocí a través de los textos que escribía en el suplemento Familia del desaparecido diario El Comercio y posteriormente en el programa Al filo de la Medianoche de la entonces Radio Pública de Quito (Municipal FM), cuyos textos no me parecían espectaculares, pero tampoco indiferentes.

Como abonado del plan del libro de la Empresa Eléctrica Quito (que distribuía o distribuye aún los textos de La Linares), a veces recibía el libro del mes con varios meses de retraso o no lo recibía. Fue tras intercambiar un ejemplar de Cómic-19 de los dibujantes NoF y Carlo en Casa Égüez con el muchacho que trabajaba allí que finalmente logré hacerme del texto de Moya, cuya portada en negro se me hacía inevitablemente elegante. Tras varios meses acomodado en el librero, finalmente decidí abrirlo este año, luego de terminar Las penas del joven Werther de Goethe, que había empezado el 31 de diciembre de 2023. Las historias conectadas de sus mujeres protagonistas me recordaron esa peli que vi hace varios años, Babel, con Brad Pitt y Gael García.

Por encima de dos que tres errores tipográficos de la edición, debo admitir que el texto me atrapó de entrada, por la contundencia del tema de la violencia infantil y de género. Luego, el fascinante retrato de Frida, nombre bastante cliché pero que describía un personaje interesante creado por el deseo de venganza, que me hizo suponer sería la protagonista del resto de la historia. Luego, Rafaela, después Silvana (personaje que también me pareció cliché pero no tan interesante como Frida), después Carmen y luego mi personaje preferido, Ana. 

En tiempos donde pese a la lucha feminista las noticias de femicidios y violencia contra las mujeres siguen siendo titulares, siempre será importante reencontrarnos con nuestra voz humana e intentar mirar la vida también desde otros ojos, a mi entender, la principal fortaleza de esta novela.

El sótano
Juan Carlos Moya
Campaña de lectura Eugenio Espejo
2022
8.5/10

jueves, octubre 06, 2022

Casa de la Cultura Ecuatoriana anunció ganadores del Plan de Publicación y Difusión 2022


La Sede Nacional de la Casa de las Culturas Ecuatorianas anunció el viernes 30 de septiembre a los ganadores del Plan de Publicación y Difusión “Benjamín Carrión” 2022, convocado entre marzo y junio.

El concurso editorial contó con seis categorías: Premio “Matilde Hidalgo” de divulgación científica, cuyo ganador fue el texto “El cielo al alcance de todos” de Javier Argüello, con un enfoque didáctico y lúdico sobre astronomía. El premio “Nela Martínez” de narrativa galardonó la obra “Demonios Quisquillosos” de Alexis Cuzme, antología de cuentos que se enfocan en la música rock; Premio “Dolores Veintimilla” de poesía, que reconoció a “Poemas Masacrados” de Richard Jiménez y “Salvaje cielo azul” de Mateo Febres Guzmán.

El premio “Juan García” de narrativa y saberes orales fue concedido a “Sunco”, de Geovanny Alomoto de la provincia de Napo, cuya obra se enfoca en las tradiciones del pueblo amazónico Quijos. La convocatoria también contó con el premio “Francisco Martínez” de historieta, que otorgó el primer lugar a “Cómic-19” de los dibujantes NoF, Carlo y Niko, antología gráfica sobre la pandemia del coronavirus. Finalmente el premio “Teresa Crespo” de literatura infantil fue declarado desierto.

Destacaron además como menciones especiales las obras “Zoom” de María Elena Rodríguez, de la que el jurado resaltó su contenido narrativo de ficción, y el poemario “Delirios de la serpiente encañonada” de Khira Martínez. El jurado del concurso estuvo conformado por Juan José Rodinás, Salvador Izquierdo, César Chávez, Karina Sánchez, Germán Gacio, Carolina Bastidas, María Paulina Briones, Carolina Clavijo, Pamela Ríos y Luis Auz.

La CCE entregará a los ganadores 500 libros, que serán difundidos en los 24 núcleos provinciales de la Casa de la Cultura y en distintas librerías independientes de las ciudades de Quito, Guayaquil y Cuenca.

domingo, junio 19, 2022

El Libro sin Cabeza (1990)


Los libros de cuentos siempre fueron una alternativa tanto para el lector ávido de explorar historias y maneras de narrar, como para aquel lector que huye de las novelas de gran extensión o de la a veces incomprensible poesía. Narradores nacionales como Marco Antonio Rodriguez, Gabriela Alemán, Huilo Ruales, Lucrecia Maldonado o Abdón Ubidia nos acompañan a veces en silencio, llenos de polvo, en algún librero de la casa, con alguna ficción que podría llevarnos a otro mundo o época, o recordarnos anécdotas que pudimos haber vivido también.

En este tipo de contexto hallamos a otro escritor local, quizá no muy conocido: Fernando Esparza Dávalos, estudiante antaño de la PUCE, tanto de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador como de la Poderosa Universidad Central del Ecuador, quien se trasladó posteriormente a Francia y regresó al país, ejerciendo actualmente como profesor universitario. Su obra más reciente es Utopías y Distopías, una compilación de entrevistas de análisis político y social,  publicado en 2018.

El libro sin Cabeza y otros Cuentos relata desde anécdota de guambra estudiante como "El Arepa" y "El profe", memorias en Quito como "La hueca de La Ronda" y "La verdadera riqueza de los conventos", y vuelos fugaces de guanchaca como "Carmencita" y "El libro sin cabeza". Sin bien su ejecución no llega al nivel de otros contemporáneos suyos como Huilo Ruales o Javier Vásconez, o de veteranos como Marco Antonio Rodríguez o Iván Egüez, vale la pena rescatar de esta antología esa representación de escenarios nostálgicos de Quito y nuestro país, que quizás no volveremos a ver jamás.

El Libro sin Cabeza (y otros cuentos)
Fernando Esparza
Autoedición
1990
7/10


miércoles, junio 15, 2022

Rupito (1950)


Lo primero que llamó mi atención al conocer la provincia de Imbabura cuando era niño, era lo gigante que me parecía el lago San Pablo. Casi como le pasó al hijo de Rupito, personaje creado por Leonidas Proaño, tras volver a su tierra natal luego de diecinueve años.

Publicada por entregas durante 1950 en el periódico La Verdad de Ibarra, la obra relata la vida de un niño camino a la adolescencia dentro de un típico hogar humilde, pese a lo cual, y sin dejar de lado el contexto social de la época, elabora un retrato interior que se enfoca en describir de manera sencilla los sentimientos y anécdotas del protagonista, sin esa pretenciosa narrativa heredada de la literatura posterior al realismo social de inicios del siglo XX, logrando un libro que no ha envejecido tan mal, recomendado especialmente para aquellos guambras que buscan una obra amena y ágil para desconectarse un rato de las redes sociales.

Declarado en 2008 como "Obispo de los indios y los pobres", Monseñor Leonidas Proaño promovió la justicia social y el acceso al poder público de las comunidades indígenas, situación que lo llevó a ser acusado de simpatizar con la izquierda radical y la guerrilla y ser apresado durante el régimen de Guillermo Rodríguez Lara en 1973. En Rupito (obra escrita previo a su obispado en la ciudad de Riobamba entre 1954 y 1988), el autor refleja todas las inquietudes que lo impulsarían a adoptar la teología de la liberación, doctrina enfocada en las necesidades terrenales de los pobres.

Rupito
Monseñor Leonidas Proaño
La Verdad
1950
8/10



domingo, noviembre 04, 2018

El éxodo de Yangana (1949)

Hace varias semanas, una turba malinformada por redes sociales mató a tres personas acusadas de secuestrar niños en Posorja, Guayas. La desconfianza en el sistema judicial, la indignación y la ira que desencadenó este lamentable hecho de violencia, me recordó a El éxodo de Yangana, novela sobre la que escuché por primera vez en clase de literatura de sexto curso en el colegio Montúfar. Era 1998, casi un día como hoy hace veinte años, y nuestro profe, quien tiempo después nos obligara a leer un texto completo de Cuahutémoc Sánchez, no la incluyó en nuestro pénsum pues se limitó leernos el cuento más célebre del lojano Ángel Felisísimo Rojas, a quien de joda considero el escritor más alegre de nuestra literatura: "Un idilio bobo" de 1946.

Muchos años después, superada la obligación de leer por el esfuerzo espontáneo de leer, consideré que El éxodo de Yangana era quizás una imitación u homenaje a Cien Años de Soledad  de Gabriel García Márquez. El mal hábito que muchas editoriales de acá tienen de omitir el año de edición original de muchas obras nacionales contribuyó a mi suposición, así como el desconocimiento del clásico Fuenteovejuna de Lope de Vega.

No corrí desesperadamente a las librerías de Quito o me lo mandé a pedir por internet. Tampoco pregunté a alguno de mis amigos si lo tenía. Como me ha pasado con otros tantos libros, que ya he descrito en esta columna, fue una vez más el destino, casualidad, chiripa o lo que sea que me acercó a este texto, con una particularidad: un día, mientras limpiaba el librero de mi madre, encontré que el libro estaba dividido en dos tomos para la edición de 2004 de la entonces Campaña Nacional para la Lectura dirigida por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Como otros textos de la misma editorial, que llegaron a mi casa en un cartón como cosas descartables, estaban cubiertos aún de ese plástico que da a las cosas viejas la apariencia de nuevas. En mi librero personal tenía y tengo todavía unos libros plastificados de J.R.R. Tolkien del legendarium de El Señor de los Anillos; un impulso más cursi que romántico, casi en palabras de Jorge Luis Borges, me hizo establecer una analogía con los tomos de El éxodo de Yangana, que sin darme cuenta me hizo intentar romper el plástico de esos tomos con los dientes.

Pese a aquella epifanía y una vez más, casi como a muchos en esta época, un mensaje llegado a mi Facebook me distrajo de aquella lectura al fin iniciada y que de entrada me hizo preguntar si aquella obra no sería un remake criollo del Macondo de García Márquez; luego del interludio del tomo uno, hay varios capítulos que describen detalladamente a los personajes que en este caso no son los protagonistas, sino parte del protagonista principal de la obra: el pueblo de Yangana. Semanas después, y superados otros textos inconclusos que estaban a la cola, decidí leer nuevamente desde el principio, pues necesitaba aclarar los detalles de cada personaje para meterme bien en la historia. Días después  (otra vez me distraje con otra cosa), decidí reiniciar el libro una vez más, esta vez motivado por una aclaración que le hizo justicia al escritor nacional más feliz de la historia: El éxodo de Yangana apareció 18 años antes que Cien Años de Soledad.

Superada la fase de presentación de los personajes (Ocampo, Don Vicente, la Virgen del Higuerón, Reinoso, doña Liberata, Juanita Villalba, Fermín "Fosforito" Arias...) que en algún punto llegara a ser algo cansona, el libro, que como muchas obras maestras requiere de algo de paciencia, se pone finalmente bueno. Cabe destacar la versatilidad de "Rojitas", como le llamaran sus colegas en el Guayaquil de mediados del siglo XX: a la narración se suma la poesía, en forma de coplas populares, el teatro (cuando Don Vicente presenta la comedia Guárdate del agua mansa) y también el testimonio epistolar. La minuciosidad en la descripción de los detalles de una vida rural, que a la mayoría de ecuatorianos nos resulta paradójicamente novedosa pese a ser emigrantes del campo, es otro aspecto decisivo de la novela que logra una descripción que no pierde vigencia y devuelve a las raíces a cualquiera. El misterio también se hace presente, a través de la historia del gringo Mr. Sparks, de quien me hubiese gustado conocer un poco más o reencontrármelo en un spin off.

El ideal del pueblo unido ante la adversidad y esa disposición a compartir un destino común siempre será un tema relevante en la literatura universal. Luego del amargo sabor que Huasipungo de Jorge Icaza dejara desde 1934, la historia parece brindar una luz de esperanza ante el abuso de poder, y que aún hoy (con gobiernos progresistas incluidos) forma parte de los deseos de quienes creen posibles el bienestar y la felicidad desde la autogestión comunitaria.

El éxodo de Yangana
Ángel Felisísimo Rojas
Editorial Losada
1949
9/10



domingo, abril 15, 2018

Posibles problemas de la Literatura ecuatoriana


-Los ecuatorianos no leemos.
-Los ecuatorianos que leen (mucho o poco) prefieren autores universales.
-En nuestro sistema educativo la lectura es una obligación, no un incentivo.
-El precio de los libros es considerado poco accesible, comparado con el nivel de ingreso promedio de un ecuatoriano.
-Los jóvenes (principalmente) encuentran más atractivos los medios audiovisuales que los impresos, pese a que muchas obras ahora están disponibles en pdf o incluso como audiolibros.
-No existen suficientes bibliotecas o están mal dotadas.
-Existen pocos torneos o competencias literarias, varios de ellos poco transparentes.
-No existe una actividad editorial sustentable. Los sellos que se arriesgan en su mayoría cobran al autor por publicar su obra en lugar de negociar un acuerdo económico y publicitario para ambas partes.
-No existe una perspectiva profesional para los autores literarios: muchos de quienes publican lo hacen por autogestión, a través de subvenciones gubernamentales o solo como pasatiempo, mientras perciben ingresos de otras actividades.
-Las "Ferias del Libro" no promocionan nuevos autores o priorizan receptar nuevas obras. Son casi las mismas caras de siempre.
-No existe una crítica literaria honesta por parte de círculos culturales, académicos ni mediáticos.
Los medios de comunicación y redes sociales prefieren seguir priorizando escándalos, fútbol y farándula que hablar y debatir sobre libros.
-No existe un organismo que evalúe de manera cualitativa o cuantitativa los índices de lecturabilidad.
-Se insiste en un manejo culto pero cada vez más arcaico de la palabra escrita, que se niega a reconocer a la lengua como un instrumento sociocultural y dinámico en constante evolución.
-Parece primar una intención implícita de mantener al libro y a la actividad literaria como un objeto de élites.

domingo, marzo 11, 2018

El Lobo (2017)

Durante la universidad, había una canción de moda que por un tiempo solía tararear todo el mundo: «el lobo, el lobo es malo y nos corrompe, rompe... ». El Lobo, de Sandra Araya en cambio, inicia con un fragmento del tema "Live to tell" de Madonna, uno de esos temas en inglés que las radios todavía rotan en cualquier hora, y que dice, traducido a nuestro idioma, «Si me alejo, nunca tendré la oportunidad de ir muy lejos, ¿Cómo escucharía el latido de mi corazón?». frase que de algún modo, parece resumir la premisa de este libro: la creencia de que no somos sólo nosotros, sino también los lugares que habitamos, y que cuando nos vamos de algún sitio, dejamos de ser eso que éramos, aunque en el camino, nos demos cuenta de que no necesariamente es así.
"El Lobo" parece representar ese algo que amamos pero a la vez tememos, como en el cuento de Caperucita Roja, o ese sentido de libertad y fortaleza, pero también de desarraigo como en El lobo estepario de Hermann Hesse. A esta narración principal se suman dos cuentos cortos, "Los efectos de la luz" y "Blanca era la piel de los conejos bajo el sol", que parecen contraponerse a la obscuridad dominante del relato principal del libro.
Quizás, lo que me desanima un tanto de este texto y le hace perder brillo (exceptuando ciertas partes donde el empleo de las anáforas ayuda a meterse en el personaje), es el minucioso pero plano lenguaje empleado por la autora, quién quizá en un intento de dotar de universalidad a la novela, termina por quitarle el dinamismo que este argumento tan introspectivo necesita, pero que en todo caso resulta más adecuado para los cuentos que a manera de epílogo concluyen el volumen. Si bien es cierto que escribimos para nosotros, en el momento de publicar hacemos un acuerdo con un lobo invisible, el lector, por quien esperamos a veces no tan pacientemente, y esperaremos en dónde quiere que estemos o a dónde vayamos.

El Lobo
Sandra Araya
Corporación Cultural Eugenio Espejo
2017
7.5/10

domingo, septiembre 10, 2017

Cabinas para llorar (2013)

Una tarde, mientras jugaba a escribir cuentos y a mostrárselos a mi novia, ella me contó que uno de ellos, donde hablo de La Alameda, me recordó a los de una escritora, Lucrecia Maldonado; de inmediato, fue a buscar su ejemplar de Mi sombra te ha de hacer falta (Eskeletra, 1998) que le habían hecho leer en el colegio, y del que ya hablaré en otra ocasión, pues hoy les comentaré sobre Cabinas para llorar.
En efecto, -cómo me dijo mi novia-, el primer detalle que resalta, y de una manera tan bonita, es la familiaridad que uno siente al leer sus cuentos. Nada que ver con esa pretenciosidad de otros autores, que en lugar de meterte en sus historias parecen repelerte, como queriendo ponerse en un púlpito elevado para más que compartir una narración, inspirar superioridad. Aunque a ratos se come las tildes, las historias de Lucrecia son tan versátiles y a la vez sencillas, que terminas incluso por omitir esos detalles.
La melancolía parece ser el eje central de este libro, que supera -de nuevo- ese seudonihilismo existencialista que muchos de nuestros escritores ecuatorianos padecen. Historias tan sencillas y humanas como "Acuérdate de agosto" o "Dejémoslo ahí", en donde el amor es como un río apacible; "Juego de Damas", donde la vida y la muerte se sientan a conversar; "Cabinas para llorar", donde la risa y el llanto conviven en un mismo edificio. Historias que parecería las estás escuchando de la autora, en un bar de la zona con una biela helada o en una cafetería.
Detalles que también construyen historias, como una serie de televisión en "Todos amamos a Lucy" o "La lista de Schindler", que nos invitan a recordar de nuevo que a las historias de los libros o películas las rodean otras historias, las de quienes tomamos esos libros o películas, ya sea por necesidad, casualidad o proximidad.
Un libro recomendado y de lectura ágil, que pese a mis dificultades de concentración y atención no me costó demasiado terminar.

Cabinas para llorar
Lucrecia Maldonado
Corporación Eugenio Espejo
2013
9/10

domingo, septiembre 03, 2017

...y los dioses se volvieron hombres (1981)

Debo reconocer, que quizás como a muchos, la mitología griega se me hizo algo más digerible desde que a mediados de los noventas empecé a ver Los Caballeros del Zodiaco. Sin embargo, ya conocía en parte los nombres de esos legendarios Zeus, Atena, Hércules, Ícaro, Ulises, gracias a otros dibujos animados, películas y referencias en la clase de literatura del colegio. Es así que, cuando me encontré en un puesto ambulante de libros en el puente de El Guambra con esta novela, ...y los dioses se volvieron hombres, del para mí entonces desconocido Carlos De La Torre Reyes (quién resultó ser director del desaparecido diario quiteño El Tiempo), supuse que quizás era otra de esas historias, envueltas en la magia de la mitología griega que aún es considerada por Occidente como la cuna de la civilización.
Un primer dato curioso en lo personal, es que este libro fue editado el mismo año de mi nacimiento, 1981 -año de la "Guerra de Paquisha", de la muerte de Jaime Roldós, de la última película de Cantinflas, de la Masacre de El Mozote en El Salvador-, en fin, tiempo reflejado en el tono ocre de sus páginas de papel periódico, cuyo olor a muchas personas parece cautivar. El otro aspecto curioso (y que provocó que me costara casi diez años volver a leer el libro y terminarlo), lo extenso que se veía, casi cuatrocientas páginas, que deduje debían ser un intento análogo a La Iliada o La Odisea.
Superadas estas deficiencias de atención, ya adentrado en la historia, se capta una analogía entre el olimpo mítico y la élite local, que pudo ser de cualquier país, devenida o dibujada como "olimpo criollo": una típica república en los años setentas, con una descolorida dictadura militar que no por "blanda" ha dejado la corrupción, y su respectivo grupo de aliados por intereses económicos, que juegan al placer precisamente al sentirse protegidos por esa investidura de poder, elevados de la muchedumbre pero enraizados a ella. Un Ulises que pretende emprender una odisea por amor, pero que se infiere una huida.Una revolución que se vislumbra gestarse en Telémaco, hijo de Ulises en la mitología y en la novela, pero que se presiente como una luz tambaleante.
La creación del hombre a imagen y semejanza de los dioses, y o viceversa, no puede ser más evidente en esta novela, gestada durante los años setentas y que posiblemente sea la influencia de varios escritores actuales, pues se pueden hallar en ella varios códigos vigentes aún.

...y los dioses se volvieron hombres
Óscar De La Torre Reyes
1981
Bibliograf
8.5/10

martes, julio 25, 2017

Los días a tu nombre (2009)

A veces me siento tentado a pensar o suponer que la fórmula para escribir libros (por lo menos para los escritores ecuatorianos varones) es, una fantasía erótica masculina sumada a una dosis de pretenciosa intelectualidad. Lamentablemente este libro de Carlos Vásconez, hasta hace dos años presidente del núcleo de la Casa de la Cultura del Azuay, aunque con algunos buenos recursos, no logra superar este cliché. Recordándome a ratos a El deseo que lleva tu nombre (1989), del lojano Carlos Carrión y a la teleserie Dexter (más que a la Lolita de Nabukov, a la que cita con cierta insistencia), lamentablemente el resultado, justificado como "arrebato quijotesco-metafísico" por el círculo cercano al autor, no logra terminar de dar identidad a un libro que, quizás pudo dar mucho más.
El meloso dualismo con el que parte la obra, el del amor "comprado" e indigno de ser vivido versus el amor ideal e inmaculado, adosado con el conflicto de clase social (conflicto al menos replanteado por autores como Ernesto Carrión) y alternados con el tipo cotidiano y el aspirante a asesino, intentan dar su razón de ser a una novela que al menos tiene un ritmo narrativo aceptable, pero que en sus últimas páginas parece perderse en invocados subjetivismos que lejos de hacerme querer llegar al final, por poco me hacen dejar el libro tirado en el sillón, sin importarme el desenlace. Un detalle adicional: hace años, mi novia, curiosa de revisar algunos de nuestros textos, encontró en la novela una cita de Gunter Grass, insertada quizás a modo de acertijo. Otro detalle, que me toca en lo personal, y con lo que quizá encuentro alguna identificación con el autor, nada anónimo ya, es su gusto por Jorge Luis Borges, y una mención de Stendhal, cuyo libro Rojo y Negro vivió por mucho tiempo en mi casa sin que me diera cuenta, como muchos otros libros, y que pude leer no sin mucha dificultad en sexto curso del colegio.

Los días a tu nombre
Carlos Vásconez
2009 (1a. edición)
6.5/10

sábado, enero 14, 2017

Truquito y su gallada (1998)

Este es un libro que leí si no me equivoco en el 2015; creo que llegó a mi casa a inicios del 2012, cuando la abuela de una ex me obsequió un cartón repleto de los textos de la Empresa Eléctrica, sospecho que más que por pretender que los lea, para deshacerse de ellos. Así, un día llegué hasta Truquito y su gallada, escrito por el ibarreño Jorge Oviedo Rueda, también editorialista del diario La Hora.
En fin, supuse que se trataba de un texto orientado al público infantil y adolescente, por lo que esperé encontrar un lenguaje sencillo y directo, quizás lleno de algunos eufemismos, pero empleados de manera oportuna. Cumplida esa expectativa, el desarrollo de los personajes, los diferentes niños de origen humilde que tratan de sobrevivir a la sociedad quiteña (Truquito, Chuleta, Tabueno, Chivo, Soldadito) inicia con una divertida trama que logra atraparnos. Lamentablemente, el final echa quizás a perder todo lo logrado en los capítulos previos, al sucumbir ante la tragedia social de la disgregación, el alcoholismo y la delincuencia, que recae precisamente sobre Truquito, el niño afrodescendiente condenado por el estereotipo social, incluso en el esperanzador mundo de la literatura, pero del que quizás habríamos querido saber un poco más que de Soldadito, el verdadero protagonista de la novela.
Un detalle que quizás llama mucho mi atención y a la vez me lleva a una anécdota personal, es una de las dedicatorias que el autor hace a los chicos del Centro de Rehabilitación Juvenil Virgilio Guerrero de Quito, sitio al que fui invitado a trabajar como instructor en 2014, pero al que no pude acudir por no reunir la documentación exigida por el estado en una sola tarde.

Truquito y su gallada
Jorge Oviedo Rueda
Abrapalabra editores
1998
7/10





sábado, noviembre 19, 2016

Un Hombre Futuro (2016)

"Porque en la morgue no está nunca un cadáver reconocible. Un cadáver no se parecer en nada a nadie. Un cadáver solamente puede parecerse a otro cadáver...", dice a modo de entrada, de advertencia del infinito, un fragmento de la novela Un Hombre Futuro, del guayaquileño Ernesto Carrión, en la edición publicada por Corporación Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, en 2016, y que para variar, encontré de pura casualidad en mi casa, que decidí ojear mientras estaba en el baño, situación que puede parecer cómica, pero que a veces es una ayuda a la concentración.
Debo admitir, sin embargo, que el empleo del recurso de la historia romántica-erótica casi termina por desanimarme (he visto tantas veces este comodín); sin embargo, un ingrediente logra salvar esta duda: el lugar donde inicia, Cuba, la tan idealizada, criticada y aclamada Cuba socialista, que tiene un lugar especial en esta novela.
El retrato de dos mundos representados por un padre y un hijo reencontrados, pero no por vínculos de amor filial, el hábil uso de nuestro entorno nacional (tomado desde uno de los fragmentos más complejos de nuestra historia reciente, los años ochentas), una perspectiva crítica pero sutil del influjo forzado de la ideología (con una mirada de Alfaro Vive Carajo y una misteriosa foto del Ché en Guayaquil) y la analogía del escritor que debe hallar su ruta en un mundo sinuoso, consiguen plantearnos una historia que solo puedo definir en una palabra: interesante.

Un Hombre Futuro
Ernesto Carrión
2016
Corporación Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura
9/10

viernes, noviembre 18, 2016

Álbum de familia (2010)

Conocí a Gabriela Alemán a inicios de este año; en realidad, la vi primero a través de un mensaje de mail, pues, la gente de un seminario de Lengua y Literatura, en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central del Ecuador, nos envió como tarea el análisis de uno de sus cuentos, "Baile de máscaras", del libro Álbum de Familia, relanzado hace unos meses. Mis horarios variables como instructor de preuniversitario no me permitieron acudir a todo el evento, pero sí a la presentación de esta escritora, de quien debo admitir, hasta ese día no había escuchado nunca.
Lo primero que llamó mi atención de "Baile de máscaras", evidentemente fue la mención de El Santo, mítico y célebre personaje de lucha libre, que hasta aparece en un video del grupo de pop La Quinta Estación. Pero me sorprendió mucho más aún, el saber que en Ecuador se hizo una película de la saga de este Hulk Hoggan mexicano, Santo contra los secuestradores, (de la que tampoco tenía idea, y que no he visto en el canal De Película, donde han pasado varios de estos filmes). Más allá del evidente personaje, el cuento de Alemán logra eso que casi todas las historias desearían: enganchar al lector. Tuve el gusto de estrechar la mano de esta escritora, quien ese día llevaba una muleta, y hasta de hacerme una foto. Sin embargo, no tuve el gusto de leer el resto de sus cuentos sino hasta meses después, en que al fin pude hacerme del libro.
Con una mezcla muy hábil de personajes de nuestra historia nacional (El Notario Cabrera, Lorena Bobbit o la Baronesa de Galápagos, además de sitios como el Campamento Lingüístico de Verano en la Amazonia, o un torneo donde un seleccionado ecuatoriano infantil de basquet logró ser vicecampeón en Estados Unidos, entre otros), en cuentos hábilmente titulados como momentos de la vida, desde "Bautizo" hasta "Mudanza", pasando "Paseo de curso", "Matrimonio" o "Luna de Miel", que conjugan una lectura sumamente donde además de entretener, la escritora nos lleva por varios momentos, a manera de un álbum nacional de fotos, que de una u otra forma incidieron en las vidas de todos nosotros.

Álbum de Familia
Gabriela Alemán
2010
Editorial Estruendo Mudo (1a. edición)
9.5/10


jueves, noviembre 03, 2016

El jilguero va volando (2001)

No recuerdo haber escuchado el nombre de Arturo Montesinos Malo en la radio o en la tele; fue realmente hasta hace poco que lo conocí, mientras hojeaba el libro Cincuentones, una antología de cuentos de autores de los años 50. "Una sombra protectora", fue así el primer texto de este autor cuencano (1913-2009), quien, como anécdota, aseguró en una entrevista para la revista académica Kipus que escribió su primera obra a la edad de 15 años.

El libro del que hablaré en este momento sin embargo, no ha sido protagonista de reseñas o textos, aunque sea modestos: El jilguero va volando, aparentemente publicado en 2001. Como tantos otros, inicié su lectura un día del año pasado, que no recuerdo bien; lo tomé al azar, leí unas cuantas páginas, y de inmediato lo perdí. Recordaba nada más que se trataba de una historia de amor, ambientada en la setentona y beata Cuenca, de esos amores que solo podían aprovechar la hora de la misa para verse. Tuvo que pasar mucho tiempo (en ese lapso leí los Cincuentones) y un golpe de suerte, para hallarlo en otro de los libreros de la casa, en el antiguo cuarto de mi hermano que ahora vive en Ibarra, y que ahora sirve de bodega de los juguetes de mis hijastras.

Mi sorpresa fue evidente cuando descubrí que El jilguero (no confundir con la obra de Donna Tartt) era del mismo autor de "Una sombra protectora" (originalmente publicado en Arcilla Indócil, 1959). Al menos ya tenía una mayor perspectiva de este autor, del que luego de buscar en internet, supe que vivió gran parte de su vida en los Estados Unidos, que gustaba de Shakespeare y del teatro, y que alguna vez intentó una trilogía de novelas inconclusa, que llegó hasta Segunda vida (1962) y El peso de la nube parda (1974).

Volviendo a El jilguero, debo decir que la primera característica que me agrada es su fácil lectura, pese al lenguaje formal que Montesinos emplea, y que me hace recomendarla a los chicos que se entrenan en Razonamiento Verbal. Una descripción sencilla y honesta de las relaciones sociales de Cuenca, el tercer mayor centro urbano del país, forjada sobre una tradición altamente conservadora que le ha dado su sello característico. Las peripecias del novato matrimonio entre Leandro y Herminia, la ridícula y leve venganza del padre de ella, el doctor Argudo, y la esperanza de libertad, conjugan una historia que, insisto, recomiendo sobre todo entre el público juvenil.

El jilguero va volando
Arturo Montesinos Malo
2001 (autoedición)
Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura
2011
8/10

martes, noviembre 01, 2016

La ceniza del adiós (2013)

Orlando Pérez lo conocí en 2011; nos habíamos presentado con unos amigos para un proyecto editorial en diario El Telégrafo, que no trascendió. Tiempo después, volví a verlo en el auditorio Pedro Jorge Vera de la Universidad Central, en un debate sobre los efectos de la Ley de Comunicación. Entre aquel Orlando risueño de inicios de esta década, y aquel  cauto y a la defensiva Pérez de 2015, no pude evitar encontrar una gran diferencia. Casi dos personajes distintos.

Sobre su obra, "La ceniza del adiós", digamos que mi encuentro fue casual. Un día, buscando al azar algún texto de mi pequeño y desordenado librero, di con él. Era el verano de 2015: mi madre llevaba tres meses que parecían años de haber vuelto de Italia, yo estaba sin trabajo y la atmósfera era tensa. Intenté apaciguar mi enredo personal con este libro. De inicio superó el primer obstáculo, lograr empezarlo (no puedo decir lo mismo de todos: me pasó alguna vez hasta con uno de Jorge Luis Borges). El título prometía una especie de larga despedida, que supuse poética. Todavía me cuesta adaptarme a los textos líricos, aún tengo más facilidad con los narrativos. El que fuera una novela ayudó mucho.

Sin embargo, la historia que parecía prometedora poco a poco se va tornando monótona. El oculto y mal logrado discurso político contestatáreo (manifiesto en la historia de represión ligada a la persecusión de la insurgencia de Alfaro Vive Carajo), el estereotipo del profesor que para sentirse romántico debe contar con una conquista romántica en el aula (al puro estilo de Hollywood, o de El deseo que lleva tu nombre de Carlos Carrión, que de paso emuló a Vladimir Nabukov), y el fracaso en salir del arquetipo construyendo un inverosímil personaje como Rosalía, no consiguen lamentablemente equilibrar con la quizá mejor creación de esta historia, Muriel, la tiastra-amante.

En todo caso, es agradable mirar una faceta alternativa del Orlando Pérez, editor del mayor periódico estatal del país, y encontrarnos con el aparentemente más modesto Orlando Pérez novelista, más cercano a aquel que conocí en 2011, y cuyo libro terminé de leer (ya con un nuevo empleo) sobre la yerba del parque de La Carolina.

Orlando Pérez
La ceniza del adiós
2013
Edipcentro
5.5/10

lunes, octubre 31, 2016

Altanoche (2016)

Este quizás es uno de los pocos libros que he leído en el mismo año de su lanzamiento, ocurrido el 27 de julio de este año: Altanoche, del quiteño Andrés Cadena (para variar otro de los libros de las planillas de luz), joven autor quién trabajó como corrector de estilo en el Diario Hoy, pero a quien no recuerdo haber conocido durante el corto tiempo que trabajé en ese periódico.

En fin, el texto se compone de cuatro cuentos: "Altanoche", que da el título a la obra, y el más extenso; "Un muerto", que trata sobre una serie de acontecimientos domésticos que pudieran haberle pasado a cualquiera durante un paseo de fin de año, con la postal de un fallecido del que nunca se sabe nada (que nos plantea la posibilidad de un ambiguo viaje astral); "Un tipo de inercia", acaso el relato más rescatable, con las peripecias de un emigrante ecuatoriano en los EEUU, y "La importancia de la música", cuento cuyo estilo parece recordarme a Un delfín y la Luna o Historia de un Intruso, de Marco Antonio Rodríguez.

Sobre el relato principal, "Altanoche", el intento de ejecución como thriller le otorga cierta ventaja que lamentablemente se va rezagando a la hora de la descripción de los personajes, tan atrapados en el acartonado estereotipo de personajes que beben vino en lugar de vestir de seda. Nos deja con una sensación de misterio que lamentablemente no es satisfecha -o dopada- por la posibilidad de un final abierto. Encuentro en todo caso más auténtico a "Un muerto", narración más liberada de la búsqueda de barroquismos que pudieran hacernos creer que leemos no a un tipo de treinta y tantos, sino a uno de la vieja escuela.

Altanoche
Andrés Cadena
Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura
2016
6.5/10